Adolescencia: Un pasaje turbulento… ¿Hacia dónde?
La juventud sabe lo que no quiere, antes de saber lo que quiere. – Jean Cocteau (1889-1963); escritor francés.
Antes de empezar a desarrollar lo que se entiende desde la psicología por adolescencia, debemos tener en cuenta que todos los adultos hemos pasado por esta difícil etapa de nuestra vida, en la cual nuestro camino estaba plagado de incertidumbres, interrogantes y angustias.
Todos los que pasamos por esa etapa de la vida nos hemos sentido incomprendidos, incapaces de sostenernos solos y con la inmensa necesidad de salir y querer llevarnos el mundo por delante, aventurarnos con las escasas herramientas que construimos a través de nuestra joven historia.
“¿Quién los entiende?”, “Antes no éramos así”, “La juventud de ahora está perdida”. Estos son algunos de los interrogantes y afirmaciones que plantean los padres de los adolescentes de hoy. La preocupación es tal que los lleva a intentar soluciones mágicas para evadir algo que todo sujeto debe transitar y tramitar psíquicamente a su manera y con las herramientas que tenga a su alcance.
Se define a la adolescencia como esa etapa de la vida cuyo principal proceso de construcción es la identidad, lo cual no es nada fácil. Es un estado conflictivo del individuo en relación con sus padres y con otros representantes de la autoridad, estado de máxima conmoción, de metamorfosis y de transformación del sujeto. Es el momento en el cual ese niño se despierta de forma traumática viviendo cambios hormonales, físicos y psíquicos que no logra entender del todo.
Se plantea la pregunta por la identidad ¿Quién soy yo? Aquí entra en contradicción lo que los padres dicen que es y lo que el adolescente siente, que usualmente no es lo que los padres dicen; así se inicia la búsqueda de la respuesta a ese gran interrogante por la identidad. Parte de este recorrido contiene la conformación de la identidad tanto personal como también vocacional-profesional.
¿Cómo me veo hoy? A partir de este interrogante podemos vislumbrar los miedos, deseos e inquietudes que tiene el adolescente en cuanto a su futuro, cómo se proyecta, sobre qué base funda su deseo, etc.
¿Qué quiero ser?, ¿Qué quiero hacer? Estos interrogantes abren la puerta al imaginario, cómo este joven se ve en su futuro, siendo esto, aquello o haciendo tal o cual cosa.
A partir de estos interrogantes se inicia la difícil tarea de reconocerse, en este tránsito el adolescente va a “duelar” al niño idealizado de los padres para ir construyendo su propia identidad, pero ya no a partir de los ideales paternos, sino que esta vez comienza a mirar hacia fuera. Los ideales de la infancia que en un momento le sirvieron de sostén son cruelmente cuestionados. Esto es lo que tanto angustia a los padres y adultos en general.
En este camino el joven debe encontrar su “yo”, que ya no es más el que sus padres depositaron en él cuando era pequeño, sino que a través de un proceso de idealización irá identificándose y construyendo su ideal del yo. Esto significa hacer una elección de vida nueva, ya no es más “mi mamá quiere que sea doctor”; aquí es cuando debería escucharse “yo quiero ser…”. En ese “yo quiero” está la pasión por hacer tal o cual cosa, orientarse por una profesión, trabajar, querer construir su propia familia.
Cuando el joven realiza esta elección lo que realmente está logrando es fundar un nuevo deseo, palpable por ejemplo cuando los escuchamos decir: Soy músico de alma, esto me llena, mi trabajo es mi pasión, es más fuerte que yo, estudio medicina porque quiero ayudar a las personas, me veo como profesional, sueño con ser así, etc.
Lo que se ha planteado hasta aquí es la salida normal adolescente, construir una nueva forma de vida que sea particularmente satisfactoria, lo que no quiere decir que sea satisfactoria también para su grupo familiar. No siempre nos topamos con esta salida, el “ideal del yo” que hemos mencionado está orientado por el padre. Durante los últimos tiempos hemos visto decaer la autoridad paterna, lo cual se deduce de la crisis de las instituciones y de otros malestares culturales, en los cuales la función paterna aparece desgastada, ridiculizada y hasta ausente; así, al aparecer la función paterna en falla, se dificulta el trabajo de búsqueda del sujeto en encontrar un ideal para su yo.
Tal función paterna debería haberle servido de base para su búsqueda y donar al niño los emblemas simbólicos necesarios para que, una vez convertido en adolescente, pudiese construir sus propias herramientas para hacer frente a su realidad.
Cuando este proceso subjetivo no encuentra resolución aparece el síntoma, palabra que paraliza, pero el síntoma es la forma más directa que encuentra nuestro psiquismo para decir basta; lo que el sujeto no puede poner en palabras lo actúa (no debemos confundir síntoma con patología). En otro apartado aclararé cuáles son las patologías propias de la adolescencia.
Desde el trabajo profesional psicológico no se puede plantear la restauración de la figura paterna para ayudar al adolescente, lo que sí podemos hacer es apostar al recurso que trae cada sujeto y esa herramienta es su síntoma. Cuando un adolescente no encuentra una salida a su problema aparece el síntoma en su ayuda, para ponerle un tope al goce y plantear el interrogante que lo llevará a golpear la puerta de un analista.
Allí se podrá descifrar el interrogante del síntoma, porque es a partir del análisis que el sujeto encuentra las razones de lo que le pasa y de lo que desea hacer con su vida.