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El destete y la quita de pañales: Dos momentos de pérdida

El psicoanálisis ha realizado importantes aportes en lo que respecta al destete y al control de esfínteres. Cabe mencionar la gran contribución llevada a cabo por la psicoanalista Françoise Dolto, quien describe el desarrollo del niño como una serie de castraciones, entre las que destaca: la castración umbilical ubicada en el nacimiento, la castración oral que abarca el destete y la castración anal que se relaciona con el momento de la marcha y el abandono del pañal.

Cada una de estas castraciones conduce al niño a abandonar un mundo para abrirse a otro nuevo. Estas funcionan como una especie de prueba que le permiten crecer y humanizarse. En el pasaje de esta serie de castraciones el niño debe contar con la ayuda de los padres para poder atravesarlas con éxito.

Para esta autora la lactancia o el biberón no representan tan sólo la satisfacción de una necesidad alimenticia, ya que se trata de un contacto corporal y de comunicación, el bebé es también un ser de deseos. Por ello, dicha autora refiere: “hay que castrar la lengua del pezón para que el niño pueda hablar”. (Dolto, 1992).

Renunciando al pecho y a la leche, el bebé vuelve a renunciar a un estado de fusión con su madre. Al distanciarse y liberar la boca, adquiere la posibilidad de hablar. Es imprescindible en esta época que la madre aporte al niño una inmersión en el lenguaje.

En lo que respecta al retiro del pañal, Dolto plantea que los pañales se deben quitar cuando el niño ha adquirido el control muscular necesario y no a una edad preestablecida. Este momento guarda relación con el andar del niño, cuando este se aleja de su madre para descubrir el espacio.

Otro de los psicoanalistas que ha contribuido a la explicación del control de esfínteres es Freud, quien plantea que las heces y la orina son consideradas por el niño como regalos que este hace a la persona amada. En relación a esto Freud en su obra “Sobre las transposiciones de la pulsión, en particular del erotismo anal”, sostiene: “La caca es el primer regalo, una parte de su cuerpo de la que el lactante se separa a instancias de la persona amada y con la que le testimonia también su ternura sin que se lo pida, pues en general no empuerca a personas ajenas. (con la orina se producen reacciones parecidas, aunque no tan intensas). En torno de la defecación se presenta para el niño una primera decisión entre la actitud narcisista y la de amor de objeto. O bien entrega obediente la caca, la sacrifica al amor, o la retiene para la satisfacción autoerótica, o más tarde, para afirmar su propia voluntad”. (Freud, 1917).

Melanie Klein plantea que, durante los primeros meses, una parte esencial de la vida emocional del bebé está determinada por la lactancia. Sea cual fuere la calidad de los cuidados, ella se caracteriza por la sucesión y repetición de experiencias de pérdida y reencuentro. Así nace en el niño el sentimiento que existe un objeto bueno (pecho, madre) que gratifica y es amado, y un objeto malo, perseguidor, que frustra y es odiado. Paralelamente a estas experiencias que implican factores externos, los procesos intrapsíquicos, sobre todo la proyección y la introyección contribuyen a reforzar el clivaje del objeto primitivo: el bebé proyecta sus mociones amorosas y las atribuye al pecho gratificador “bueno”, así como proyecta al exterior sus mociones destructivas y las atribuye al pecho frustrante “malo”. Al mismo tiempo, por introyección, se constituyen en su interior un pecho bueno y un pecho malo. Lo que se denomina pecho bueno se convierte en el prototipo de lo que a lo largo de la vida será beneficioso y bueno, mientras que el pecho malo representa todo lo malo y persecutorio. (Klein, 1943)

Este clivaje es un mecanismo de defensa que busca mantener lo terrorífico separado del objeto amado y protector, posibilitando así al yo una relativa seguridad. Es la condición previa a la instauración de un objeto bueno interno, a la cual llegará el yo una vez definida su posición.